Dice el filósofo Daniel Innerarity en ‘Vivir para Pensar. Ensayos en homenaje a Manuel Cruz’ (2012) que los problemas más complejos no están en absoluto estructurados. Un determinado problema que nos ocupa, oculta otro problema muy diferente. Muchas veces tenemos soluciones para problemas no existentes, mientras que nadie ha iluminado los nuevos problemas con la luz necesaria para proceder a su adecuada solución. Son los llamados ‘Wicked problems’ (problemas malditos, retorcidos…) en los que no sabemos la solución, y ni siquiera estamos muy seguros acerca de cuál es el problema. Lo que sí sabemos es que en estos problemas necesitamos creatividad para el descubrimiento del ‘auténtico’ problema, y esto siempre conlleva un cierto ‘sabotaje’ contra la parcelación del saber y la especialización, contra la exactitud de las soluciones habituales, porque supone una fuerte disposición a aprender fuera del saber y de las prácticas establecidas. En definitiva, supone asumir un riesgo, el riesgo de la creatividad.
Cuando pienso en el persistente problema del desempleo juvenil, lo veo como uno de estos problemas. Los datos nos dejan desolados y el trato directo con los jóvenes nos afecta y nos lleva a pensar que necesitamos enfocar esta cuestión de otro modo. El último informe de la OIT sobre ‘Tendencias globales del empleo juvenil 2013’ alerta del riesgo para toda una generación: 73,4 millones de los jóvenes entre 15 y 24 años están desempleados. Desde 2007 la cifra se ha agravado en 3,5 millones; 2 millones en las economías avanzadas. En Europa hay casi 6 millones de jóvenes desempleados y España es líder en esta materia, aportando 3 millones de esos jóvenes parados a la UE. Si a esto añadimos los 45 millones de jóvenes que cada año llaman a la puerta del mercado de trabajo, es claro que nos encontramos ante un grave desafío global.
Aunque hay grandes diferencias entre países, en general, los jóvenes tienen casi tres veces más posibilidades de estar desempleados que los adultos. Si descendemos a nuestra realidad más inmediata, en una población pequeña como la de Euskadi nos encontramos con esta misma situación, la misma incapacidad. 52.400 jóvenes (hasta 34 años) están demandando empleo (Lanbide, agosto de 2013), representan el 30% del total de demandantes de empleo. Cuando analizamos las realidades de otros países, observamos que en Alemania, Austria o Suiza y los países nórdicos este problema es prácticamente inexistente. Han desarrollado a lo largo del tiempo una cultura en sus sociedades que les lleva a poner en valor la necesidad de educar e integrar a los jóvenes, diseñando un ordenamiento social e institucional, que permite que sus jóvenes aborden la transición al mundo del trabajo con garantías y seguridad, y menores fracturas y dramatismos.
Creo que aquí está la clave del auténtico problema del desempleo juvenil, en verlo sólo como un efecto de la crisis económica y financiera, y no como una grave ineficiencia del ordenamiento económico-social, y que corresponde a otra manera de conceptualizar la economía y sus organizaciones, en particular, la empresa. Sin empresas abiertas y competitivas, que requieran de las competencias de las personas, no hay empleo. Pero no hay esas empresas si no se involucran en la sociedad con un sistema de valores que dé soporte sostenible a la permanente capacidad innovadora de las personas y de las empresas, como afirma Santiago García Echevarría, catedrático de Economía de la Universidad de Alcalá. Desde Ícaro Think Tank pensamos que la innovación social significa un cambio en las relaciones entre personas y entre grupos en tres dimensiones (cooperación, participación e integración de los valores económicos en los valores sociales) y que no habrá ningún problema humano cuya solución no exija la innovación social. Pero también pensamos que no habrá ningún problema humano cuya solución no exija una innovación tecnológica y económica. Lo que tenemos que buscar es la buena combinación de los tres tipos de innovación, evitando la excesiva competición entre los mismos.
Una sociedad que quiera ser verdaderamente avanzada tiene que garantizar que sus personas, y sus jóvenes de manera especial, puedan adquirir las competencias que los preparen para ocupar empleos dignos, a fin de poder prosperar y participar plenamente en la sociedad. No podemos dejar esta cuestión al funcionamiento del mercado, y mucho menos abandonarlos a su suerte. Detrás de las migraciones de los jóvenes está el problema de la falta de trabajo, aunque a veces tratemos de plantearlo como una solución avanzada. Pero, ¿realmente lo es? O ¿es más bien una dejadez al quitarnos el problema de encima y una incapacidad en su gestión? Profundicemos en este problema que es de todos. Si el auténtico problema es que no hemos definido bien el problema, definámoslo bien. No perdamos el horizonte, si de verdad queremos que las personas que quieran, puedan vivir y trabajar en sus países de origen con dignidad. Una generación está en riesgo.
En la Fundación Novia Salcedo trabajamos con otras redes para que, juntos, promovamos con los organismos internacionales de referencia (OIT, Unesco, UE), un decenio 2019-2028 a favor del empleo juvenil en el mundo, que nos permita desde Bilbao estar a la cabeza del conocimiento y experimentación de vanguardia en este campo, porque estamos comprometidos con dar soluciones a este problema.
Un artículo de Begoña Etxebarria Madariaga, directora de la Fundación Novia Salcedo y miembro de su Ícaro Think Tank, publicado en el diario ‘El Correo’ el 4 de octubre de 2013.
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