Leche, sal y cuajo son los únicos ingredientes de los quesos de vaca y cabra que elabora Kepa Agirregoikoa, un joven de 24 años que, desde hace dos, se dedica a transformar la leche de los animales de su cuadra en un producto natural, sin aditivos, y que vende y distribuye él mismo por Gernika y el Duranguesado. Kepa es uno de los jóvenes vizcaínos que han puesto sus ojos en el campo como proyecto vital, al igual que Mikel Corrales, de 34 años, que desde hace cinco dejó su trabajo en hostelería para dedicarse a sembrar en un terreno de Gernika y que ahora emprende un nuevo proyecto agrícola con dos amigos más en Areta (Valle de Arratia). O Alazne Intxauspe, de 30, que junto a su pareja y tres familiares más adquirieron un caserío y terreno en Iurreta para cultivar y vender en circuitos locales.
Estos son sólo algunos de los jóvenes que están recogiendo el testigo de una generación de trabajadores agrícolas que disminuyó dramáticamente en los últimos sesenta años debido al trasvase campo-ciudad y al natural envejecimiento de la población rural. En 2012 sólo el 5% de los agricultores del país era menor de 35 años, mientras que el 35% era mayor de 55. Es por eso que el campo necesita con urgencia savia nueva, un relevo generacional que garantice su sostenibilidad. Un rejuvenecimiento que pasa por vigorizar las instituciones y organizaciones, por orientar las ayudas y políticas agrarias hacia los pequeños proyectos jalonados por jóvenes, y por garantizar la formación, la asesoría, la modernización y las líneas de financiamiento del sector.
Un esfuerzo «titánico»
«En los últimos diez años se han perdido el 25% de las explotaciones y el 47% de la superficie agraria útil del País Vasco», señala Fernando Fernández, miembro de Mundubat, una organización que impulsa proyectos cooperativos y asociativos relacionados con el desarrollo humano sostenible y que durante los últimos cuatro años ha organizado el ciclo de cine sobre soberanía alimentaria en Bilbao y San Sebastián. «El modelo económico dominante es fundamentalmente urbano. Un modelo que arrasa con el campo y con el sector agropecuario. En ese contexto, que una persona joven quiera poner en marcha un proyecto agroecológico es un esfuerzo titánico», continúa Fernández, que presentó en Bilbao algunas de estas iniciativas a las que Mundubat ha puesto nombres y apellidos a través de una serie de audiovisuales sobre los jóvenes y el campo.
«Son casos diferentes en los que hemos podido identificar tres clases de grupos. Los jóvenes que han heredado la tierra de sus padres o familiares, los que provienen de áreas rurales, pero que nunca han desempeñado ninguna actividad agropecuaria y jóvenes citadinos que han hecho del agro su proyecto de vida», apunta Fernández, que insiste en que el principal rasgo de estos proyectos es ir a contracorriente, plantarle cara al modelo del agronegocio.
País Vasco, Córdoba, Cantabria, Galicia… Son muchos los jóvenes que se están poniendo las botas, empuñando la azada, subiéndose al rotovator, doblando la espalda para cuidar con mimo los tomates, las calabazas o las judías. Pero no lo tienen fácil. «El acceso a la tierra es la gran dificultad. En este momento, el terreno que trabajamos mi pareja y yo es del banco», señala con sorna Alazne Intxauspe, que ha invertido sus ahorros en sacar adelante el terreno que ha comprado en Iurreta, tras finalizar el régimen de renta antigua y ante el rechazo de la dueña por continuar alquilando.
Lo que empezó para esta guipuzcoana como un cultivo para el autoconsumo terminó convirtiéndose en su modus vivendi. Alazne Itxauspe dejó hace un año su trabajo en la televisión pública vasca para dedicarse a tiempo completo a las labores agrícolas. Sus cosechas las comercializa entre grupos de consumo de Nekasarea, la red que impulsó el sindicato agrícola EHNE Bizkaia en 2005 y que pone en contacto a baserritarras con consumidores. Además, se ha asociado con productores del Duranguesado para abastecer el comedor de una ikastola. «600 menús diarios», cuenta aliviada porque «no es sencillo pagar una hipoteca y vivir del trabajo agrícola».
«Hice un grado medio y empecé a trabajar haciendo piezas de coches en un taller. Luego estuve currando en hostelería, pero el campo es lo que me llama, por eso decidí empezar a cultivar un terreno en Gernika”, cuenta Mikel Corrales, que tras pasar tres años trabajando solo en el caserío, sin vacaciones y viviendo con 400 euros al mes, se embarca ahora en un proyecto en Artea, en un terreno de dos hectáreas y un invernadero de 1.800 metros cuadrados. Mikel pasó su infancia en Abadiño, pero desconocía los entresijos de la producción agrícola, la soledad, la dureza del campo. Aun así está feliz, sabiendo que hace lo que le gusta, que metía menos horas en el taller, pero que puede hundir cuando quiera los dedos en la tierra y sentirse libre haciendo lo que le gusta.
Errotik, la quesería de Kepa
Es la misma sensación que tiene Kepa Agirregoikoa, al que no se le borra la sonrisa cuando habla de sus cuarenta cabras y sus cuatro vacas. Kepa también empezó en el mundo laboral haciendo algo completamente distinto. Trabajaba como electricista en una empresa de sistemas de seguridad en la que aterrizó para hacer unas prácticas y en donde terminó quedándose con un contrato. A los dos años lo dejó y, con el apoyo de su familia, reformó la cuadra que tenía su padre en Amorebieta-Etxano y se propuso transformar el corral de gallinas en la quesería Errotik -que significa raíz y pezón en euskera-, donde culmina un largo porceso de alimentación del ganado con forrajes naturales, pastoreo, ordeño y procesamiento de la leche.
«Al principio, los que más pegas me pusieron fueron los del Ayuntamiento. Pusieron muchas trabas para la construcción de la quesería y para extenderme la licencia para ejercer la actividad», señala Kepa, que se queja de la falta de sensibilidad institucional para las iniciativas agropecuarias. En este sentido, otros productores también lamentan que las instituciones sean las que más obstáculos ponen a quienes están empezando en el sector. Muchos buscan tener una producción diversificada y se encuentran con que las subvenciones están destinadas a un solo tipo de producto destinado a la exportación. En otras explotaciones, los productores han tenido que endeudarse para cumplir con los requisitos de las ayudas económicas comprando más maquinaria o construyendo un nuevo invernadero, pese a que ya cuentan con uno.
Los mercados de los pueblos no son los de antes y los ayuntamientos tampoco ayudan a que se fomente la compra de productos locales, afirman algunos jóvenes agricultores, mientras que los que se dedican al pastoreo lamentan la falta de un matadero en Bizkaia. «Afortunadamente cada vez hay más gente concienciada en comprar productos de cercanía», coinciden Alazne y Mikel, para quienes los grupos de consumo son fundamentales para la subsistencia de proyectos como los suyos. Estas redes permiten que gente de ciudades y pueblos acceda a productos agroecológicos que cuentan con un valor añadido, la gestión de los recursos naturales de forma autónoma, transparente, solidaria y participativa.