La pandemia de COVID-19 ha provocado transformaciones en la economía global, cambios en los modelos de negocio y nuevas formas de organizar el trabajo. También ha sido el origen de una crisis que ha afectado a prácticamente todos los sectores económicos. Con el fin de comprender cuáles de esas transformaciones perdurarán cuando acabe la crisis económica y sanitaria, el Instituto McKinsey ha publicado un informe titulado “The future of work after COVID-19”, donde se intenta identificar las principales tendencias que marcarán el futuro del trabajo a nivel mundial.
La COVID-19 ha traído consigo una enorme perturbación que ha puesto de manifiesto la importancia de la dimensión física del trabajo. Las medidas de seguridad y salud han hecho que cuestiones antes obviadas, como la localización del trabajo o la frecuencia de las interacciones entre personas, sean clave a la hora de apostar por nuevos modelos de organizar el trabajo.
Según el informe publicado por McKinsey, el impacto de la pandemia a corto y largo plazo se concentra en cuatro ámbitos laborales con altos niveles de proximidad: los lugares de ocio y viajes, los lugares con interacción con el cliente, el trabajo de oficina basado en la informática, y la producción y el almacenamiento.
Se destacan también tres grandes tendencias que podrían perdurar después de la pandemia. En primer lugar, el trabajo a distancia podría continuar, por lo que se podría reducir la demanda de transporte público, restaurantes y comercios minoristas en los centros urbanos. En segundo lugar, es probable que continúe el crecimiento del comercio electrónico y las entregas a domicilio. Esta tendencia afecta al sector de los viajes y el ocio, mientras que aumenta los puestos de trabajo en los centros de distribución. Por último, la automatización y el uso de IA podrían cambiar el escenario en los próximos años.
El mismo informe apunta que las transiciones de la fuerza de trabajo pueden ser más importantes de lo previsto antes de la pandemia. Las empresas y los responsables políticos deberán jugar por tanto un papel decisivo para facilitar la transición de millones de trabajadores. Aquellos capaces de impulsar medidas equitativas e innovadoras serán quienes consigan un impacto positivo, permitiendo la adaptación a los grandes cambios duraderos que ha dejado el COVID-19.
Ya se han podido observar experiencias donde las empresas y los gobiernos han apostado por cambios que marcan el camino hacia el futuro. Desde los primeros días de la pandemia, muchos países han garantizado la ayuda financiera a los trabajadores que perdieron sus empleos, y los datos sobre ingresos y gastos personales que aporta el informe sostienen que estas acciones apoyaron el consumo y ayudaron a evitar un daño económico aún mayor.
En esa misma línea, la ampliación de la infraestructura digital y su extensión a lo largo del territorio es importante, dado el impulso de la economía en línea vivido durante la pandemia. Hay mucha población que no vive en grandes núcleos urbanos y ve cómo se reducen sus oportunidades educativas y laborales por la falta de conectividad. La digitalización será clave para asegurar la adaptación de los habitantes de esas zonas.
Otro aspecto a tener en cuenta, según el mismo informe, es el de cómo mantener una cultura de empresa fuerte a la vez que se desarrollan prácticas y programas para mantener a los empleados conectados, aunque esta conexión sea a distancia. La tutoría, la formación y la incorporación de nuevos empleados pueden ser complicados en los modelos de trabajo a distancia, por lo que las organizaciones que sepan adaptarse tendrán mucho terreno ganado.