Las becas BEINT del Gobierno Vasco ofrecen a los jóvenes de menos de 30 años la experiencia de conocer cómo trabajan empresas vascas que se han internacionalizado
Raquel López llegó a México tras pasar un año en Canadá con una beca BEINT de Internacionalización del Gobierno Vasco. Esta beca tiene como finalidad la formación en materia de internacionalización de jóvenes menores de 30 años, titulados universitarios, para que las empresas y otras entidades vascas puedan disponer en el futuro de una base de profesionales eficaces.
-¿Cómo te enteraste de la existencia de las becas BEINT y cómo accediste a ella?
Fue un poco de casualidad ya que en la universidad no nos habían hablado de ella, algo que me parece un error, pero mi madre vio la convocatoria en el periódico y me avisó. Yo entonces estaba estudiando un máster en Bruselas y no me pude presentar, pero al año siguiente sí.
-¿En qué consistieron las pruebas de acceso?
Tuve que hacer varios exámenes, de inglés, de francés, de euskera, dos test psicotécnicos, uno de cultura general… Después me hicieron una entrevista presencial en Lakua en la que tienes que hablar de ti mismo, tus gustos, intereses, estudios que has realizado… y te hacen algunas preguntas sobre la industria en Euskadi.
-Y una vez admitida, ¿qué te aportaba?
Primero teníamos clases presenciales y un examen tipo test, que junto con la nota que habíamos sacado en las pruebas de acceso facilitaba un ranking según el cual podíamos elegir el destino de la segunda fase de la beca. Yo tenía buena posición así que pude elegir y me decanté por Canadá, donde estuve un año en la Oficina Económica y Comercial de España en Toronto.
-¿De qué te encargabas allí?
Se me asignaron los sectores de vino e industrial pero al explicar mi perfil e intereses enseguida empecé a tomar yo las riendas de las redes sociales y el blog de la oficina, trabajando principalmente en los temas promocionales y de eventos, tanto del sector del vino como del de gastronomía. Me encantó el trabajo y volvería a trabajar allí sin dudarlo.
-Tras el paso por Canadá debías desarrollar un trabajo en una empresa vasca internacionalizada, ¿adónde fuiste?
Me decanté por Grupo Sagardi, que acababa de abrir un restaurante en México. Acostumbrada a trabajar en una oficina la vida en el restaurante es diferente, más dinámica. Aquí me encargaba del área comercial y de marketing: estrategia on line, plataformas de reservas, organización de eventos… No ha estado mal como experiencia pero no es lo que más me ha llenado.
-Mientras has estado trabajando en México ¿cómo ha sido tu día a día allí?
La Ciudad de México es extremadamente caótica. Siempre digo lo mismo, cuando vuelva a Bilbao podré irme a pasar el día a Madrid tranquilamente, pues en Ciudad de México pasarte tres horas en el coche para llegar a un sitio es completamente normal. Otra cosa que se me ha hecho un poco cuesta arriba es el tema de la comida, y eso que los vascos tenemos fama de tragones, pero aquí las comidas son muy pesadas, con el maíz, los frijoles y las «papas» como ingredientes fundamentales, siempre acompañados de salsas. Ahora puedo decir que tengo un estómago a prueba de balas, tras haber superado varios problemas estomacales.
-Cada cierto tiempo se oyen noticias de la inseguridad de México sobre todo en algunas zonas del país, ¿cómo lo has vivido?
Sinceramente, en los 8 meses que he vivido allí, nunca he tenido ningún problema de inseguridad. Por supuesto, hay cosas que nunca se me ocurriría hacer aquí, porque sé que aumentarían las posibilidades de que me robaran o me pasara algo, como ir enseñando algo de valor por la calle, ir a zonas que no conozco sola, tomar un taxi de la calle… siempre hay que tratar de estar alerta, pero cumpliendo esas cosas no hay por qué tener ningún problema.
-Además, ya habías vivido en más países…
Viví poco más de un año en Bélgica, y Bruselas fue en parte la culpable de mis ansias por querer conocer nuevas culturas. Es una ciudad multicultural, donde pude entablar amistad con personas de todo el mundo, desde el propio México o Venezuela hasta Vietnam o Pakistán. Más tarde, durante el año que viví en Toronto, la sensación se multiplicó por mil, ya que es una ciudad en la que más del 50% de la población es extranjera.