Cuesta creer que la población joven latinoamericana esté en un momento delicado cuando el crecimiento económico que ha padecido este continente en los últimos años no ha tenido parangón alguno en la historia contemporánea. Pero la realidad es diferente. «Es evidente que el crecimiento no basta, tenemos que pasar de la preocupación a la acción», manifestó la directora regional de la OIT, Elisabeth Tinoco. «No es casual que los jóvenes sean abanderados de las protestas callejeras cuando sus vidas están marcadas por el desaliento y la frustración a causa de la falta de oportunidades. Esto tiene consecuencias sobre la estabilidad social e incluso sobre la gobernabilidad democrática», sentenció acertadamente Tinoco.
108 millones de jóvenes componen uno de los continentes con más diversidad cultural en el mundo. El 14% está en desempleo -representan el 43% del total de desempleados de la región- y la gran mayoría hace hincapié en la precariedad laboral en la que se sumergen una vez se incorporan al mundo del trabajo. A pesar de los datos arrojados, no debemos de caer en la tentación de analizar América Latina como un todo, pues cada país cuenta con su problemática particular en lo que se refiere a los jóvenes. «Si nos referimos al cono sur probablemente sea el desempleo juvenil; en Centroamérica la violencia (…)», mencionó recientemente Alejo Ramírez, secretario general de la Organización Iberoamericana de Juventud (OIJ).
Argentina, Brasil, Costa Rica, Perú o Uruguay son ejemplos de cómo en los últimos años se han activado políticas concretas -formación para el tránsito escuela-trabajo, promoción de empleo a través de incentivos, flexibilización del emprendizaje…- para paliar esta grave situación que están atravesando millones de jóvenes al otro lado del Atlántico.
Xabier Gómez Etxebarria