Araia Tamayo Álvarez, tiene 34 años y es de Bilbao y Leioa. Desde hace doce meses se encuentra en UNICEF Mauritania a través de las becas ONU 2017. Alaine Azpiazu Romero, bilbaína de 30 años, lleva el mismo tiempo en UNICEF Mauritania. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) tiene vascos ‘cooperantes/voluntarios’ -una denom

inación abstracta, porque no son voluntarios tal y como lo entendemos- en terreno a través de las Becas ONU de la Agencia Vasca de Cooperación Para el Desarrollo, que

Araia en una misión junto a una compañera de UNICEF Mauritania.

están mínimo un año.

Pero… ¿cómo llegaron hasta allí? Ellas nos lo cuentan desde los respectivos países.

Araia, de padre pintor, siempre se rodeó de arte. Su pasión: las historias. El destino decidió a cara y cruz la opción de estudiar Comunicación Audiovisual en el Campus de Leioa. En ese tiempo no se perdió la oportunidad de realizar un año de Erasmus en Bélgica. Una vez terminó la carrera, se fue a Barcelona para especializarse en postproducción digital a través de un máster en la Pompeu y realizó prácticas en una empresa de Efectos Visuales. “Paralelamente -cuenta-, siempre estuve implicada en diferentes proyectos sociales, sobre todo con comunidades magrebíes y subsaharianas y con menores de edad. Mi sueño era poder combinar mi perfil profesional con una labor humanitaria, pero no sabía bien como. Me imaginaba a mí misma como una especie de antropóloga-fotógrafa viajera que iba por lugares remotos del mundo, conociendo y comunicando lo desconocido”. A la vuelta de Barcelona, trabajó varios años como realizadora audiovisual en empresas vascas como K2000, VilauMedia, Tabakalera

                                Foto: A. Tamayo para UNICEF Mauritania

Alaine estudió en el Colegio Alemán de Bilbao y al terminar la selectividad, como no tenía muy claro qué carrera universitaria estudiar, siguió el consejo de su padre y decidió matricularse primero en formación profesional de administración y finanzas (FP) “para adquirir un título y una profesión práctica y rápida con la que poder ganarme la vida, y ya después ir viendo por dónde seguir mi formación”. Un concurso de Lan Ekintza sobre ideas de proyectos emprendedores, le permitió transformar una idea en un plan empresarial de carácter social: un albergue de peregrinos del Camino de Santiago Norte en Bilbao. Lo hizo realidad durante tres años, como autónoma, gracias al

Alaine En la oficina administrativa de un municipio.

Alaine Azpiazu junto a dos mujeres beneficiarias del programa PSNP (Productive Safety Net Program).

programa de Urrats Bat, enfocado en la promoción del autoempleo y emprendizaje, al que entró apoyada por el centro de FP Txurdinaga Artabe. Mientras lo llevaba, decidió estudiar Ciencias Empresariales. A continuación le contrataron por cuenta propia en la Federación Vasca de Deporte Adaptado, donde había hecho las prácticas del FP, como técnica administrativa para cubrir una baja de maternidad y después como apoyo en varios proyectos.

“Con 22 años me vi entre dar el salto y montar un hostal en Bilbao ya fuera del programa Urrats Bat, o continuar estudiando e irme de Erasmus. Para la primera opción necesitaba una gran inversión y me veía muy joven. Cerré el albergue y me fui un año de Erasmus a Berlín y acabar la diplomatura”, recuerda Alaine. A la vuelta, con 23 años, se matriculó en el Grado de Gestión de Negocios mientras buscaba prácticas a través de la Universidad, una combinación “muy útil y acertada que te acerque a la realidad laboral”. Una vez dejó atrás el proyecto del hostal y cerró el capítulo de trabajadora por cuenta propia, pasó cinco años -tres de responsable- como financiera en una empresa del sector eléctrico en Zamudio. “Quería probar lo que era trabajar en una empresa grande, bajo la dirección de alguien y perteneciendo a un equipo de trabajo y poder formarme -argumenta-. El trato que recibí fue maravilloso, algo fundamental, y guardo muchos amigos de esa época”.

Foto: A. Tamayo para UNICEF Mauritania

¿ESTÁS DISPUESTA A VIAJAR EN UN MES A MAURITANIA?

Cuando empezó la crisis económica, Araia se hizo ‘freelance’, y se especializó en temas interculturales. Y cursó, asimismo, un Máster de Investigación en Arte que finalizó con una tesina. “Intenté analizar algo que me deslumbraba en ciertas imágenes digitales contemporáneas, tanto fotográficas como en movimiento: los límites entre lo real y lo fantás

  Araia en terreno filmando un vídeo con una       familia.

tico, el documental y la ficción, la pintura y la fotografía”, rememora. Con una fusión académica y profesional, con 25 años, empezó a dar clases en la Facultad de Comunicación de la Universidad del País Vasco como profesora asociada, donde pasó siete años, al tiempo que continuaba con sus actividades profesionales como Realizadora Audiovisual. “Me encantaba mi trabajo -asegura-, pero me sentía muy joven para asentarme como profesora, y sentía una necesidad fuerte de experimentar otros territorios”. 

En 2016, el destino volvió a echar una mano. Una amiga le mandó a Araia un enlace a una convocatoria para las becas de la ONU del Gobierno Vasco, y para su “sorpresa”, buscaban su perfil en UNICEF, una comunicadora. “Me ilusioné con la idea y preparé con ganas y mucha esperanza mi dossier. En Unicef me eligieron como candidata, pero no nos dieron la beca, me quedé a las puertas”, recuerda con pesar. El 23 de diciembre, sin embargo, la suerte llamó a la puerta. “Me llamaron de UNICEF para decirme: ‘se ve que has pedido con fuerzas al universo esta oportunidad, ¿estarías dispuesta a viajar en un mes a Mauritania? El Olentzero te ha traído una beca”, relata divertida mientras recuerda la alegría que sintió en aquel momento. “Por supuesto que estaba dispuesta a dejarlo todo por esta oportunidad, en la Universidad tenía cierta estabilidad -admite-, pero sentía que necesitaba ‘terreno’, y el momento era ‘ahora’”. Se preparó para la transición y viajó el 27 de febrero a Nouakchott para un año, “con la maleta cargada de ilusión, pero sin saber todavía lo que me iba a deparar la aventura: ¡sin saber que mi sueño se iba a hacer realidad!”.

Alaine junto a sus compañeros Rahel (oficial de operaciones), Abiy (M&E specialist-) yHiwot (especialista de WASH).

Alaine.

Con 28 años, Alaine cambió de rumbo y se dirigió al ámbito de las organizaciones internacionales y cooperación. Consideró que ya había aplazado muchos años el irse de voluntaria a un país en desarrollo, una inquietud que había tenido siempre. “Solicité la beca del Gobierno vasco de Juventud Vasca Cooperante, y me seleccionaron para ir a Ruanda tres meses en verano con la ONG vasca Ingenieros para la Cooperación, IC-LI. Allí trabajé como cooperante en Cáritas, contribuyendo en el estudio que estaban realizando sobre la situación de niños y niñas vulnerables de una zona del sur del país”. Aquella experiencia le confirmó que quería redirigir su vida profesional hacia el ámbito de la cooperación y organizaciones internacionales. “¿Por qué no? A pesar de tener un trabajo estable y cómodo que me gustaba, en una empresa en la que había aprendido mucho y estaba a gusto, buenos compañeros y jefa, necesitaba nuevos retos y conocer otros ámbitos, contribuir a algo diferente y nuevo con mi trabajo diario. No fue sencillo dejar el trabajo, ya que no es habitual renunciar a un trabajo y nómina seguros. Fue la primera vez que experimente ser cuestionada por los demás. Digamos que no seguir el patrón establecido por nuestra sociedad genera inquietud entre quienes te rodean, y hay mucho vértigo al cambio, pero yo lo vi claro”, confiesa. Lo bueno es que contaba con el apoyo de su familia, pareja y amigos. “Si tenemos el privilegio en esta vida de poder escoger, optar por cambios, hay que apostar por lo que uno desea de verdad, a nivel profesional y personal”, recomienda.

 

MUCHOS CAMBIOS

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    Foto: Araia Tamayo para UNICEF Mauritania

Con tan buena predisposición, a Araia no le costó mucho adaptarse a su nueva realidad, la vida de Nouakchott (Mauritania). “Las mayores dificultades fueron el calor, los trastornos digestivos y la barrera idiomática para poderme expresar a ciertos niveles. Pero, sobre todo, ver sufrir a los animales y ver mendigar a los niños, bajo el sol abrasador, descalzos, con sus camisetas de Adidas, Messi y demás, llenas de polvo y agujeros, y su mirada triste”, describe con enojo. En menos de tres días empezó a conocer a gente, y en unas semanas ya tenía amigos, “gente maravillosa”. “En el trabajo, hubo un periodo de adaptación, ¡hay tantas necesidades que cubrir en la oficina! ¡Tanto trabajo por hacer! Pero tenían que conocerme primero para ver de qué forma aprovechaban mejor mis capacidades. En poco tiempo lo tuvieron claro: se habían juntado la necesidad de contar con las ganas de contar”, explica.

                                                                                                                          Foto: A. Tamayo para UNICEF Mauritania

                                                                                                                             Foto: A. Tamayo para UNICEF Mauritania

                                                                                     Foto: A. Tamayo para UNICEF Mauritania

                                                                    Foto: A. Tamayo para UNICEF Mauritania

En menos de dos meses, le enviaron con un equipo de UNICEF a su primera “misión” al sudeste del país, frontera con Mali, para buscar contenidos audiovisuales del impacto de los proyectos de UNICEF en las poblaciones. “Se necesitaba documentar nuestras actividades, hacer entrevistas, tomar testimonios, escribir historias de vida, fotografiar lugares, proyectos, niños. Para poder informar de todo ello a los financiadores, y al gran público a través de las redes sociales. Yo les decía a mis compañeros: ¡yo pagaría por hacer lo que estoy haciendo! Y ellos se reían”, admite contenta. Según Araia, “diseñaron el puesto perfecto para mí, que nunca habían tenido antes, y que ha servido de muchísima ayuda a la oficina de UNICEF Mauritania, que, al no ser un País en urgencia, no atrae muchas miradas, y sin embargo, desgraciadamente, hay mucho por hacer”, visualiza.

Niñas vestidas de traje tradicional de Ashenda-festividad religiosa. Foto: Alaine Azpiazu

Cuando Alaine volvió de Ruanda ya tenía elegido el Máster de Estudios Internacionales de la UPV-EHU, en Leioa porque “este master (y otro del mismo departamento, un título propio en Cooperación: Desarrollo y Paz) te permiten solicitar la Beca ONU de Gobierno Vasco para trabajar dos años en una agencia de las Naciones Unidas”. Empezaba otra vez de cero, sin apenas experiencia “específica” en este campo. A la vez hizo prácticas en UNICEF y conoció la organización desde dentro. A continuación decidió optar a las becas ONU a través de UNICEF (la convocatoria anual sale sobre mayo). “Cuando envías tu solicitud no sabes el destino ni puesto. Cuando me seleccionaron en UNICEF, en Junio 2017, y me dijeron que mi perfil encajaba para Etiopía para la sección de monitoreo y evaluación, me dio mucha impresión y nervios. Esto me paso por desconocimiento, y las primeras imágenes que te vienen suelen sólo recoger una parte de la realidad. En este caso fue la sequía y la famosa imagen del niño con un buitre detrás. Me paso lo mismo con Ruanda, que lo único que sabía de primeras era el genocidio entre ‘hutus’ y ‘tutsis’, pero luego allí todo fue fácil y normal, aunque por supuesto al principio todo te impacta y sorprende”, cuenta, franca. A finales de Julio, le comunicaron que le concedían la beca para un año, con posibilidad de renovar un segundo año más, y su destino se encontraba en la región etíope de Tigray Entonces te preparas para el viaje y la estancia, aunque luego nada es como te imaginas… “El 13 de Noviembre de 2017 aterrice en Addis Abeba y cuatro días más tarde en mi oficina de destino en la ciudad de Mekele”, evoca.

Alaine extrayendo agua subterránea con bomba manual.

    Araia de misión en Selibaby,     ciudad  de Mauritania.

MAURITANOS Y TIGRINYAS

Cada mes, Araia tenía una o dos misiones a terreno, y empezaron a producir numerosos contenidos audiovisuales, a escribir muchísimas historias, muchas de ellas contadas por los propios niños, y a atraer la atención internacional. “Mi sueño se había hecho realidad -confiesa-. Ahí me encontraba, en poblados recónditos donde no llega la electricidad, fascinada por la nobleza de sus personas, sus costumbres, sus colores, documentando y escribiendo sus relatos sobre sus dificultades y su humanidad, e intentando captarlo de la mejor forma que conozco para después poder hacer llegar su voz”. Cuando finalizaba el primer año de beca, no tuvo ni que pensarse la prórroga. Y en el segundo año, fue adquiriendo cada vez más experiencia y más responsabilidad. Ahora, a tres semanas de la finalización de la beca, cuenta que preparan una gran exposición de fotos de UNICEF en Nouakchott, con todas las embajadas y ONGs, donde expondrán una selección de 20 fotos e historias de 20 niños mauritanos, de diferentes etnias, que representan las problemáticas más importantes que sufren la mayoría de niños del país. Cuando finalice la beca, a Araia le gustaría seguir trabajando en lo que más le gusta: comunicar. “Por ahora, UNICEF me ha propuesto un contrato de consultora para unos meses más -adelanta-. Estos dos años de experiencia me han permitido cumplir un sueño, y también, poder obtener resultados de un gran trabajo que ojalá pueda abrirme muchas puertas”. El destino tiene trabajo de nuevo.

                                                                                                                                                                                                                                 Foto: A. Tamayo para UNICEF Mauritania

Alaine trabaja en la región de Tigray en tareas de coordinación, monitoreo y evaluación (M&E), y apoya los programas Finanzas públicas para la Infancia, Protección social y Convención de Derechos del Niño, con su supervisor directo, el especialista de M&E. La mayor parte del trabajo lo desempeña en la oficina y, de vez en cuando, viaja a terreno, a las zonas rurales para hacer monitoreo y supervisión de los programas y suministros. “La sociedad etíope, en concreto la tygrinya, es muy diferente a la nuestra -explica-. Y otra cosa que tampoco suele saber la gente es que Etiopía es uno de los países con más proyección económica de África, creciendo a un ritmo del 9%, y que aspira a ser la nueva China (de hecho China es una fuerte inversora en el país y se espera que sea un gran exportador textil, entre otras cosas)”. Alaine describe una presencia china tan fuerte, que al extranjero que antes le llamaban ‘farenyi’ -como ‘guiri’ en castellano-, ahora le llaman ‘china’ -en inglés ‘chaina-, por lo que cuando se encuentra con niños pequeños le gritan a veces: ‘¡¡¡chaina, chaina!!!’.

Grupo de personas realizando ejercicio de Group Discussion para el programa de ICBPP (Integrated Community Based Participatory Planning). Foto: A. azpiazu

Cafe etíope servido. Foto: A. Azpiazu

Injera, plato tradicional. Foto: A. Azpiazu

Vive en Mekele, capital de la región del Tigray, una ciudad “relativamente grande, zona urbana con muchas construcciones, hoteles, restaurantes locales, tiendas, casas de café, una universidad y hospital de referencia en el país. Mekele, sin embargo, no es representativo de Tigray, ya que es una zona urbana “y el 85% de la gente vive en zonas rurales en donde en una parte importante de ellas no hay luz, hay una gran pobreza y son comunidades muy vulnerables a la sequía o a cualquier otra contingencia”. Relata Alaine que viven, en su mayoría, de la agricultura y ganadería de subsistencia, hay un problema grave de agua, suele haber pozos y, para su “tristeza”, el motor de la economía son los niños y niñas. “Es uno de los grandes retos de UNICEF y tendría que serlo de todas nosotras, no solo de las organizaciones gubernamentales o no”, reivindica.

El día a día en el territorio etíope trae consigo algunos inconvenientes. Como hay racionamiento, por ejemplo, el agua se abre o corre por las tuberías de la ciudad una vez a la semana. Los cortes de luz durante horas son “muy habituales” también. Y para comprar leche cada uno lleva su propia botella vacía y “debes hevirla antes de beber”. “Pero todo esto es anecdótico, a todo te acostumbras. Tienes menos comodidades pero, por otro lado, el tejido social y el apoyo de la comunidad es muy fuerte”, admira. La tigrinya es, asimismo, “una sociedad muy religiosa, (cristianos ortodoxos), muy patriarcal. Son muy amables y jamás alzan la voz, lo que, como vasca, me chocó ya que es una sociedad muy poco directa al decir las cosas, justo lo contrario que la nuestra”. Alaine aprovecha sus horas libres para practicar yoga, hacer recados y quedar con amigos “para tomar algo, cenar, bailar..”. Una cosa “exquisita” de Tigray es el café, así como los zumos de mango, papaya y aguacate, según la temporada del año. “También la comida. Todo se come sobre la ‘enjera’, una torta grande, con grano de tef”.
Alaine empieza ahora el segundo año de la beca, que ha prorrogado, pero hace un primer balance: “A nivel personal he aprendido a ser más flexible con todo, diplomática, escuchar más que hablar, he visto mucha generosidad a mi alrededor, la importancia del tejido social en las comunidades, el duro trabajo y el rol de las mujeres, su empoderamiento en todas las sociedades es fundamental, su autonomía y disfrute de sus plenos derechos para alcanzar el desarrollo y sociedades igualitarias y equitativas. He entendido mejor, que todos nuestros privilegios acaban teniendo un coste en algún otro punto. Me ha permitido reevaluar mis prioridades”. Cuando regrese, buscará empleo en el ámbito de la cooperación o ayuda humanitaria, ya sean puestos internacionales o en España.

                                                                                                                                                                                                                                                                                              Araia de misión en el sudeste del país, frontera con Mali.

  (Foto de portada:  Araia Tamayo para UNICEF Mauritania)