Según el especialista en empleo de la Oficina de la OIT para los estados árabes Mary Kawar, el Líbano se enfrenta a uno de sus mayores retos en materia de empleo. No sólo se trata de reducir las tasas de desempleo sino de fomentar el trabajo digno. El mercado laboral libanés adolece de regulación e inversión, y esto supone todo un contratiempo que lastra su crecimiento. El resultado es una creciente mano de obra con un rango de competencias muy bajo y con una mínima protección social. A pesar de que la ausencia de trabajo decente sea un hecho recurrente en los últimos años en Líbano, el aumento del número de trabajadores sirios con un escaso rango de competencias está agravando la ya de por sí frágil situación que vive la región.
La baja demanda es un hándicap que mina las opciones de crear empleo en Líbano y la mayor parte de países de Oriente Medio. Esta ausencia de empleo desemboca en fenómenos como la Primavera Árabe en 2010. Los jóvenes no sólo demandan cambios políticos sino también el derecho a un trabajo decente que les permita alcanzar un desarrollo tanto personal como profesional. Un empleo por el que salieron a la calle desde Sidi Bouzid hasta la célebre plaza Tahir, epicentro de las protestas en Egipto.
La zozobra de los diversos planes de empleo juvenil puestos en marcha por el gobierno libanés se debe en gran medida a la falta de incentivos para invertir en innovaciones tecnológicas y servicios. Esto supone todo un hándicap a la hora de aumentar la productividad. El Líbano es una nación orgullosa de sus altos niveles de educación y de la alta calidad de sus instituciones de enseñanza superior. Los expertos en la materia insisten en potenciar la vocación de los alumnos como método para mejorar su futura ‘empleabilidad’.
La desigualdad de oportunidades es otro de los inconvenientes para la juventud del país. Los que provienen de zonas urbanas y asisten a centros privados tienen una oportunidad mayor de acceder a su primer empleo. Asimismo a los sectores más desfavorecidos como la provincia de ‘Bekaa’ hay que añadirle los refugiados del conflicto sirio que dificultan aún más la tesitura. Esto, unido al nepotismo imperante, conlleva la emigración forzosa de muchos jóvenes que se ven abocados a dejar todo lo que conocen atrás, a la caza de un empleo que les permita vivir con dignidad. Además, una gran parte de las empresas libanesas no invierte en formación para los jóvenes, y agudiza su carencia de competencias. Así las cosas, el desempleo juvenil en este país de Oriente Medio ronda el 24%, una cifra manifiestamente mejorable según el experto de la OIT.
Por último, hay un cerrojo en lo referente al diálogo social, lo que refleja el clima político del país. A pesar de todos estos inconvenientes, el Líbano siempre ha sido una nación que ha sabido afrontar sus crisis y mirar hacia adelante. Lo ha demostrado tras una cruenta Guerra Civil a finales del siglo XX. No tenemos que perder de vista que este país está encuadrado en una zona de gran inestabilidad sociopolítica, todo un polvorín. Su futuro pasa entre otras cosas por defender y retener a su juventud a través del trabajo decente.