Hace unos días tuve la suerte de asistir al Bilbao Youth Employment Forum, organizado por la Fundación Novia Salcedo, para tratar de empleo juvenil. Tras hablar de modelos económicos y productivos y de culturas organizativas en las empresas, pasamos a un tema igual de apasionante: la formación en competencias. Nuestra sociedad, para luchar contra el drama del desempleo juvenil, necesita que los jóvenes desarrollen las competencias que demanda el mercado de trabajo.
Defiendo el discurso del desarrollo de competencias como factor clave para la lucha contra el desempleo juvenil. Pero pienso que quedarse ahí no es suficiente. ¿Cuáles son los móviles o motores que mueven a nuestros jóvenes a adquirir esas competencias? Los hay para todos los gustos: el desarrollo personal, la seguridad futura, el afán de poder o de influencia, el dinero, el bienestar familiar, el servicio a otros, etc. Hay motores excelentes, motores buenos -y vamos a ser optimistas- motores menos buenos. La existencia de unos u otros determina el desarrollo personal.
A veces esos motores son sueños (la juventud es tiempo de soñar a lo grande); a veces, son razonamientos, o son ideales o impulsos naturales… Hay motores de largo, medio y corto recorrido. Hay motores que se arrancan y ya nunca se apagan; y motores que necesitan arrancarse a diario. A veces el motor está dañado de fábrica: un afán exagerado de sobresalir o de acumular poder y dinero.
Pero olvidar, en la formación de nuestros jóvenes, la existencia de estos motores es construir una formación sin fundamento. Además resulta más difícil defender el discurso de las competencias cuando no se tienen motores que las impulsen. Y si además, estos motores son deficientes, acabaremos llenando el mercado laboral de profesionales competentes… y sin ideales.
Casi el mismo rechazo produce el efecto contrario: los idealistas incompetentes. Pero es un riesgo menor, pues los ideales tienen una enorme fuerza motriz.
Quizás deberíamos poner más interés en investigar sobre estos motores que son la base para construir las competencias. Son también la base para promover en las empresas una cultura organizativa más sana que atienda a la igualdad de oportunidades, la conciliación laboral, etc.
Recientemente la Fundación Everis ha publicado un estudio sobre la empleabilidad de los universitarios. El estudio muestra cómo las empresas valoran más la honestidad y compromiso ético, la capacidad de aprendizaje y el trabajo en equipo de los jóvenes profesionales, que otras competencias como los conocimientos técnicos o la orientación a resultados. Se aprecia ya el esfuerzo de muchas instituciones educativas por incorporar medidas que ayuden a despertar sueños e ideales en sus alumnos.
Termino con las letras que una estudiante nos escribía esta semana y que muestran el potencial del voluntariado para la formación de nuestros jóvenes: Te cuento… Cuando llegué de allí, me di cuenta que me estaba costando mogollón la adaptación en «mi mundo». Al principio me resultó muy normal, pero con el paso del tiempo, me di cuenta de que allí experimenté el grado máximo de felicidad, y que me había enamorado de su gente, de los niños, de su manera de vivir, de su manera de afrontar el día a día con una gran sonrisa… Me costó aceptarlo, pero esta experiencia me ha cambiado: ha marcado un antes y un después en mi vida… No soy la misma. No tengo las mismas prioridades.
Artículo publicado en ABC por Rafael Herraiz Director General de Cooperación Internacional.